En clave de autoficción, Luis Corbacho cuestiona en «Yo no quiero ser Ricky Martin», las preceptivas de la sociedad sobre la felicidad y la realización personal.
La obsoleta imposición social de casarse y tener hijos como fórmula «perfecta» de la felicidad parece haber encontrando un nuevo blanco de tiro en el universo homosexual, tal como lo describe con gran sentido del humor el periodista Luis Corbacho en su nueva novela «Yo no quiero ser Ricky Martin», que narra con tintes autobiográficos una ruptura amorosa en plena pandemia, sumado al imperativo de las redes sociales de mostrarse feliz y los constantes ataques de pánico que vive el protagonista de la historia.
Con desparpajo e ironía, la novela editada por Penguin Random House disecciona los sentimientos del protagonista Luis, un periodista que antes de la pandemia vive entre el glamour de las celebridades, los viajes de trabajo por el mundo y una cuenta de Instagram sacada del mejor manual de influencer -igual que el autor en la vida real-, mundo de frivolidad al que hace alusión de manera burlona a lo largo de estas páginas: «#relax #summer #paradise #holidays #lovetotravel», escribe.
«La época de Carrie soltera escribiendo en su monoambiente y saliendo a chupar con las chicas ya fue», se entusiasma el protagonista cuando conoce a un joven y apuesto diplomático del que se enamora perdidamente, por lo que comienza a fantasear una vida de casado perfecta («Ricky toda casada y mega marida») hasta que Julián es destinado a China en el momento en que la Covid azota el mundo entero y sus planes se desmoronan de un día para otro. Además, el protagonista se ve obligado a deambular por las guardias médicas ante numerosos ataques de pánico mientras debe decir «adiós al modelo Ricky Martin con marido perfecto y un par de pibes hermosos», como narra en el libro.
Lo autobiográfico es más que el germen de cada una de las novelas de Corbacho, como en las anteriores en las que relató su salida del closet a los 15 años o su relación con el periodista peruano Jaime Bayly, y esta obra no es la excepción: «Es una autoficción. Te diría que es casi un diario íntimo. No distingo ficción de realidad, simplemente cuento cosas que me fueron pasando. Es cierto que en el proceso de construcción de un libro se edita, se corta, se pega, se acomoda para que se transforme en una historia bien contada. Pero no hay datos inventados, todo pertenece al ámbito de la realidad. Soy un escritor de realidades», admite Corbacho, editor de El Planeta Urbano, en diálogo con Télam.
Para este autor, el título de su novela alude al «modelo Ricky Martin de familia, que es el hegemónico actualmente en cierto sector de la comunidad gay. No digo LGBTQ+ porque atañe específicamente a los gays de clase media alta, de ciudades, que tienen acceso a vientres subrogados -que son bastante caros-, y que están, en cierto modo, presionados por hacer uso de los derechos que han sido conquistados en diferentes épocas, de acuerdo al país: matrimonio, adopción, subrogación de vientre».
– Télam: ¿De qué manera, con el avance del feminismo, la comunidad gay se ubicó en cierto lugar de «mandatos» sociales que antes imperaban de manera unilateral sobre las mujeres?
– Luis Corbacho: El mandato que antes regía entiendo yo, para las mujeres, ahora nos alcanzó a nosotros también. Hubo como un pegue de vuelta en materia de derechos que se transformaron en obligaciones tácitas, implícitas. Nadie te obliga a casarte y tener hijos pero está la presión social. Y las redes sociales que contribuyen un montón para que esto suceda, donde Ricky Martin funciona como emblema: la pareja gay perfecta, hermosa, divina, muy de gimnasio, con una casa preciosa y ropa divina, y los hijos, como un trofeo. Y sentimos esa mirada ¿Para cuándo los hijos? ¿Vas a tener un bebé como Marley? Esa posibilidad, ese derecho, ahora parecería ser un mandato. Y la idea de estar en pareja sigue pareciendo un estado de mayor felicidad a estar soltero. Cuando estás en pareja te felicitan, y cuando estas solo das un poco de pena. Eso al menos me pasa a mí.
– T: La novela habla mucho de Instagram, los influencers, la frivolidad, los viajes, las fiestas, todo eso que pasaba previo a la pandemia. ¿Hacés alguna autocrítica con respecto al uso que hacés de las redes?
– LC: Mi personaje, al igual que yo mismo, es bastante frívolo en su relación con las redes sociales. Hay una exageración de la frivolidad de las redes y siento que me eximo al burlarme de mí mismo. Sí, claro que hago autocrítica en cuanto al uso de redes sociales. Bajé bastante el copete en las últimas semanas porque estamos en una era de corrección política en la que muchas personas se pueden ofender por cosas que a mí me parecen graciosas. No tengo ánimo de agredir, sino simplemente de hacer humor. Pero entendí que hay gente que se puede sentir herida. Estoy más reflexivo en ese sentido.
– T: Hay una narración muy descriptiva acerca de cómo es vivir un ataque de pánico, y también es recurrente una suerte de peregrinación del protagonista a las guardias del hospital. ¿Qué dirías que estos ataques de ansiedad, en auge, dicen de la sociedad actual?
– LC: Justamente creo que los ataques de ansiedad dicen mucho del ritmo que estamos viviendo, de las exigencias laborales, sociales que también vienen acompañadas de lo que vemos en redes, de esta presión por ser feliz, por cumplir con un montonazo de mandatos que ya exceden la familia y los hijos; también recorren asuntos estéticos, de cómo debe uno verse o lucir, qué cosas debería uno tener, qué viajes debería hacer. Todo lo que se muestra en las redes, impacta obviamente y nos genera más exigencias, y estas exigencias acumuladas definitivamente generan episodios de ansiedad. Por eso han calado en la sociedad cada vez mas fuerte. Tal como narra la novela, cuando paramos por la pandemia, muchos también paramos con los episodios de ansiedad porque vimos que no teníamos tantas exigencias como antes. Eso estuvo bueno, lo malo es que ahora retomamos el ritmo habitual y deberíamos ser conscientes de que está bueno parar un poco.
Fuente: http://www.telam.com.ar