Sobre la evolución de ese movimiento que en Argentina no alcanza los 25 años (empezó a fines de los 90 de la mano de los fanzines y la cultura punk del hazlo tu mismo) hablan con Télam artistas que estuvieron en ese primer momento. Pioneros y referentes que hoy no llegan a los 50 años, como Julián Manzelli, miembro del disruptivo grupo DOMA. Chu, «de Chulian, Chuliani o Chuliano», como le decían sus amigos de skate, hoy instalado en España.
Con una escena diversa y potente, el arte urbano argentino vive un auge, amplificado por la flexibilización de restricciones en una pandemia que durante dos años vino enajenando el espacio público, y ahora, con la promesa del retorno a las calles, ese movimiento, uno de los más peculiares en el arte de las últimas décadas, sigue generando propuestas de fuerte proyección internacional e involucra en su trama, inicialmente contracultural, al mainstream público y privado de la mano de artistas como Pum Pum, Chu, Fio Silva, Martín Ron, Ale Giorgga y el Tano Verón.
Sobre la evolución de ese movimiento que en Argentina no alcanza los 25 años (empezó a fines de los 90 de la mano de los fanzines y la cultura punk del hazlo tu mismo) hablan con Télam artistas que estuvieron en ese primer momento. Pioneros y referentes que hoy no llegan a los 50 años, como Julián Manzelli, miembro del disruptivo grupo DOMA. Chu, «de Chulian, Chuliani o Chuliano», como le decían sus amigos de skate, hoy instalado en España. Y Ron, vecino de Almagro, considerado uno de los 10 mejores muralistas del mundo, que hace muy poco terminó un mural de 13 pisos en San Nicolás, con eje en la crisis ambiental.
Desde Polonia donde está trabajando, suma su mirada Pum Pum, Jimena, una de las muralistas más reconocidas del street art, que esconde su cara y tiene unas pintadas reconocibles de la China hasta La Boca, con figuras aniñadas tipo kawaii (lindo en japonés) o animé, preferentemente femeninas, hechas en una paleta estridente y detallista. O el Tano Verón, diferente de la especie porque hace pegatinas y murales donde predomina la palabra. Diseñador gráfico, busca impacto con frases simples que puedan cambiarle el día a quien las lea, como el “Metele ficha a sus sueños” que en cartelería de estética cumbiera poblaba las calles de pre pandemia y ahora vende online.
Giorgga es otro distinto. Hace paste-up, todo lo referido al soporte papel, algo que 10 años atrás casi no existía, y cocreó Movimiento Petrushaus, proyecto que ahora se exhibe el porteño Espacio de Arte Osde dentro de la muestra «Artistas trabajando», nacido para «gestar una revolución en un terreno poco explorado y tomar al espacio público como fuente de información y campo de batalla». Fio Silva, la más joven de esta camada de consultados, es autora de murales que podrían ser tatuajes: leopardos, grullas, flora y fauna exuberante que son marca registrada. Con 30 años y oriunda de Villa Tesei, pintar en la calle le dio un sentido. Dice que nunca pensó en usar seudónimo o ponerse un tag, una firma grafitera.
Todos coinciden en que el arte urbano local «está en una», en que surgen actores nuevos súper interesantes y en su gran proyección internacional. «Somos potencia junto a Brasil. Argentina tiene una mirada muy personal, muy latina y muy aceptada en el mundo», dice Verón y Giorgga acota: «Brasil, España y Estados Unidos nos miran». Diferencias conceptuales surgen en torno al fuerte interés que sobre éste pesa desde las instituciones públicas y las firmas privadas, y algunas otras distancias se establecen en torno al escenario en que este sucede. La pandemia y su explotación comercial demostró, para algunos, que puede hacerse y exhibirse indoor (puertas adentro) o de manera virtual y que sigue siendo street art.
¿Cómo describir la situación del arte urbano, hoy, en Argentina? «Más allá que los fundamentalistas del muro, está sucediendo que muchos han evolucionado y se han desarrollado en otras áreas de mayor profundidad conceptual con un intenso trabajo de estudio, experimentando con nuevos materiales y técnicas que llaman la atención y acompañan el trabajo en la calle», explica Chu.
Esos artistas, agrega Ron, «se vuelcan al arte urbano por todo lo que implica trabajar en la calle, porque aporta energía, adrenalina y porque es una salida laboral. Hay mucha oferta en el mercado de la mano del sector público, porque se dieron cuenta de que cambia el humor de la gente y que genera un agregado cultural enorme en las ciudades, y también de las empresas, que entienden que un mural en la calle es una herramienta de comunicación poderosa».
Pero si bien «hay un apoyo grande a la intervención urbana sobre muros y cada vez más gente lo entiende y lo incorpora, en sus casas, ceden sus paredes, sus frentes, la mayoría lo celebra. Lo interesante es pensar por qué nos molestan ciertas expresiones artísticas callejeras como el graffiti y no una propaganda gigantesca de cualquier cosa», advierte Fio Silva.
Podríamos hacernos otras preguntas, sostiene, como «por qué los municipios, entidades públicas y privadas invierten dinero en pintar grandes muros en ciertos barrios…por qué ahora rentan esquinas de Palermo o San Telmo para pintar ‘tranquiles'».
«Apoyo tener trabajo y visibilidad, profesionalizarnos, pero muchas veces esos murales aparecen como maquillaje en barrios donde existen necesidades más urgentes, o forman parte de planes de urbanización sólo en épocas electivas. Sería bueno que el trabajo sea más estable y diverso, y tendrían que existir más convocatorias y proyectos estables donde se valore el trabajo sobre el interés económico o político», dispara Fio Silva.
La pandemia les significó angustia, parate, replegarse en los talleres para reinventarse pero también resignificación de ese espacio público que habitan con su arte. Una pausa que a algunos, como Giorgga, «forzó e impulsó a establecer nuevos contactos a través de redes sociales y a desarrollar proyectos que hoy en día, pasado el temblor, se están plasmando».
-Chu: Vivo y me nutro del espacio público y su cancelación al principio fue un shock. Después transmuté esa frustración en el estudio y ahora siento fue una experiencia super prolifera que nos llevó a valorar más este movimiento, feliz de estar un poco recuperando espacios y con muchas ganas de pintar».
-Pum Pum: El tiempo nuevo de pandemia fue fructífero a la fuerza, me sirvió mucho para generar nuevas cosas. El ámbito urbano fue el más cercenado, la sociabilidad se cortó, todo estaba observado como desde un panóptico, significó un cambio radical para nuestro trabajo y sigue siendo un tiempo indefinido aunque muchas cosas vuelven a cierta normalidad.
-Fio Silva: Fueron muchos meses de no poder salir a pintar. Si hoy veo un mural que me conmueve siento que tiene más valor que antes. Pintar en la calle siempre es necesario, pero después de una pandemia hay que salir a pintar más, a sacarnos de encima lo feo de estos tiempos y a transformarlo en algo que pueda compartirse y haga sentido.
-Télam: ¿Cómo modificó la concepción de ese arte una actualidad signada por las tecnologías digitales y la inmaterialidad de las pantallas, además de una una crisis sanitaria que tuvo como signo el aislamiento y la desertificación del espacio público?
-T.V: Ahora hay cierta búsqueda en torno a los NFT (token no fungibles) y la realidad aumentada. En pandemia hice obras de realidad aumentada en colaboración, para desarrollar en los espacios y departamentos de la gente. Fue una buena experiencia aprovechar ese entorno de aislamiento y Covid y entender que el arte callejero se podía hacer indoor.
-Martín Ron: Soy de la vieja escuela, una de las primeras generaciones que se dedicó a la práctica mural o arte urbano cuando nadie lo conocía. No viniendo del palo del grafiti, siempre elegí la calle para pintar. Mi motivación principal y mi búsqueda tiene que ver con el factor sorpresa. Lejos de las redes sociales como objetivo principal para hacer trascender la obra, pinto en la calle para generar un impacto positivo en quienes se la cruzan.
Esa es toda mi motivación y energía, trato de construir un relato, una propuesta pictórica que acompañe el día a día de la gente y que transforme en positivo el espacio público, que considero es el soporte y el lugar donde el mural se debe desarrollar, en las calles, que son grises y necesitan artistas que no solo modifiquen el paisaje sino el estado de ánimo de la gente.
-F.S: Las tecnologías digitales pueden ser un complemento con la actividad de pintar e intervenir el espacio público. Podés trabajar bocetos, escalas, compartir procesos, publicar los trabajos que haces en tu barrio, pero en momentos de crisis, urgencia sanitaria, pérdidas y después un aislamiento intenso necesitamos salir de esa pantalla y buscar alivios a nuestro contexto. Si bien se necesitan muchas cosas, entre ellas hacer y sentir algo que esté conectado con una raíz, no es lo mismo ver un mural en una foto de Instagram que ir caminando y encontrarte una pintura, una frase, que algo te hace mover, que provoca algo más.
-T: ¿Qué valor adquiere el muro en ese contexto?
-A.G: Dentro de esta especie de nueva normalidad todo lo vinculado al espacio público en relación con el ciudadano queda de alguna manera potenciado, especialmente en torno a la idea de cercanía: el vecino que antes tenía una rutina, hoy tiene otra más vinculada adonde vive y empieza a valorar y a conectarse más de cerca con la práctica de los artistas urbanos que están por su casa. Además, la pandemia forzó repensar la espacio urbano desde lo institucional: cómo brindar herramientas y formas nuevas de acercarse a sus públicos.