La autora de «El día que apagaron la luz», reunió en «Estamos a salvo» 17 cuentos, muchos de ellos escritos entre 2018 y 2019 en los que la historia entraña una amenaza no revelada pero presente.
Con una fuerza narrativa en donde la fragilidad siempre está acechando como si pudiera en un instante devenir en catástrofe, los cuentos de «Estamos a salvo», el último volumen de relatos de Camila Fabbri, retoman la potencia del género desde una escritura atrapante marcada por cierta tensión y humor, a partir de tramas que toman como metáfora el mundo animal, esa dimensión en la que los sentidos están en alerta frente a la posibilidad del conflicto.
Una familia cuyo padre, un hombre encantador que al mismo tiempo podría representar el peligro, tiene como mascota un yacaré; un taxista que monta su propio destino con una pasajera en viaje; una hija que regresa al hogar de su madre para recuperarse de los efectos de la medicación; la aventura entre amantes; un accidente que no llegó a ser. Los 17 cuentos de «Estamos a salvo» manejan con destreza la sensación de la amenaza constante: que te descubran, te atropellen, que te muerda un cocodrilo, que lo que creías saber no tenga sentido, aunque te lo hayas contado una y otra vez.
Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989) es escritora, dramaturga y actriz. El año pasado, la revista Granta la eligió como una de las 25 mejores voces narrativas en español con menos de 35 años y en la edición de 2017, la Feria del Libro de Guadalajara la ubicó entre los mejores escritores nacidos en los 80. Con este libro publicado por Seix Barral, regresa de lleno al género luego de «Los accidentes» -su debut literario- y tras la publicación de la novela de no ficción «El día que apagaron la luz», donde aborda la tragedia de Cromañón.
En entrevista con Télam, Fabbri cuenta que el «grueso» de estos cuentos los escribió entre 2018 y 2019. «Después empecé a volcarme a la no ficción y entonces sí, empecé a dejar de lado esa especie de construcción de tramas. En ese momento escribía todo el tiempo esa suerte de mundo pequeño en el que despunta una historia con un desarrollo y un final, esa cosa circular del cuento».
Ese registro lo ilustra con el espacio de terapia, «ese relato que armamos enfrente del terapeuta, esa construcción de lo que nos pasó en la semana, es un cuento. Muchas veces perfecto. Cerca del final, casi siempre, hay una especie de revelación o una idea que venía enquistada desde el comienzo, cuando empezamos a hablar, y se vuelve notable hacia el final de la sesión. Trato de estar atenta a estas cosas, cuando hablo y cuando oigo hablar», dice.
Los textos de «Estamos a salvo» cuentan una historia y juegan con esa revelación. El conflicto está, se percibe pero muchas veces no se lo nombra ni siquiera se lo sugiere. La estructura del cuento activa en el lector esa pregunta sobre lo que podría pasar, e incluso lo que no se sabe qué ocurrió. Siempre hay una posible catástrofe merodeando por ahí, como se imaginan merodeando a los animales en la selva, los tiburones en el océano, o los fenómenos naturales de vientos huracanados en un planeta arrasado. No es casual que como cita previa a cada cuento, Fabbri haya elegido un textual de algún documental de National Geographic.
-Télam: ¿Nuestras vidas están acechadas por esa posibilidad de catástrofes inesperadas? ¿Estamos a salvo?
-Camila Fabbri: Creo que no hay forma de saberlo. Es una de las cosas que me pregunto más seguido. Recuerdo mucho un chiste de Mafalda, la saga de Quino, en la que ella está sola en su cuarto y en otras viñetas aparece su familia. Ella los espía. Su madre está maquillándose, con los ruleros puestos y la radio a todo volumen, hablando sola. Su padre está mirando un partido de fútbol, fumando muchos cigarrillos y golpeando el suelo con los pies. No parecen apacibles, más bien todo lo contrario. Y Mafalda para sus adentros dice: me pregunto si estaré en buenas manos. Por supuesto que es una pregunta que se hace una niña, pero yo creo que hay algo de universal en esa duda, algo permanente.
-T: ¿Cómo creés que se encuentran estos relatos?
-C.F: Los cuentos de este libro los fui escribiendo en el rango de tiempo que va desde el 2016 a esta parte. Fue la escritura inmediata después de ´Los accidentes´, mi primer libro de cuentos. En el medio, escribí ´El día que apagaron la luz´, los cuentos de este libro fueron apareciendo mechados, de a poco, como la escritura de poesía supongo. Hay un síntoma en común que tienen y son esos epígrafes-citas de National Geographic. Creo que todos pueden leerse a partir de esa consigna, como una metáfora del mundo animal, de la naturaleza en todo su esplendor y en toda su oscuridad.
-T: Esas citas de Nat Geo tienen mucha centralidad ¿cómo llegaste?
-C.F: Curiosamente en un momento miraba bastantes videos en Youtube sobre naturaleza o historia. Me gustaba encontrar textos ahí, o incluso títulos. Hace unos años monté una obra que se llamaba ´Condición de buenos nadadores´ y ese título lo encontré en un video que hablaba sobre la lucha que ocurre, una vez al año, entre el tiburón blanco y el cocodrilo de agua salada. Fue una frase que dijo el locutor y me pareció fantástica. No se me hubiera ocurrido eso mismo. Entonces a partir de ahí, me pareció un buen espacio para buscar material. Usé dos o tres citas para algunos de los cuentos que componen el libro y tiempo después, ya tenía los diecisiete cuentos que lo arman. Aún así, varios cuentos no contaban con su cita y alguien me sugirió que hiciera eso con todos. Que no tenia sentido que algunos empezaran así y otros no, quiero decir, que me animara a armar un sistema de lectura con esas citas. Y así fue.