Antonio Perea, un ingeniero en sistemas graduado de la UNLaR, comparte su fascinante trayectoria en Asia, donde ha experimentado un cambio significativo en su vida personal y profesional. Desde su llegada a China en 2010, Perea ha reflexionado sobre las diferencias culturales que ha enfrentado, las cuales son tanto retos como oportunidades.
Uno de los aspectos más destacados de su experiencia en China es la intensa competitividad del entorno laboral. “En China, la competitividad es brutal. Hay mucha gente y los recursos son limitados, lo que te obliga a estar al cien por ciento todo el tiempo”, explica Perea. Este ambiente demandante contrastó con su experiencia previa en América Latina, donde la presión y las exigencias pueden ser diferentes debido a distintas dinámicas culturales.
Después de casi una década en Shanghai, la llegada de la pandemia llevó a Perea a mudarse a Tokio, donde comenzó a estudiar japonés y se inscribió en el Instituto Tecnológico de Tokio para profundizar en inteligencia artificial. Su experiencia en Japón presentó un cambio más relacionado con la estructura y el cumplimiento de reglas. “En Japón, todo está regido por reglas muy estrictas. Si llegabas un minuto tarde a clase, era considerado una falta”, relata Perea. Esta puntualidad y la necesidad de anticipación también se reflejaban en otros aspectos de la vida diaria. “Si tenías que faltar a clase o llegar tarde, debías informar con anticipación, y eso puede resultar incómodo para alguien que proviene de un contexto donde hay una mayor libertad individual”, añade.
Perea también destaca la mentalidad colectiva que predominaba en la cultura japonesa. “En Japón, el enfoque está en el grupo. No se te considera solo como un individuo, sino como parte de una clase o equipo. Esto afecta la dinámica de cómo se lleva a cabo el aprendizaje y la colaboración”, señala. Para él, estas diferencias son reveladoras de un enfoque cultural que valora la armonía y la cohesión por encima de la individualidad.
Durante la entrevista, Antonio también abordó el impacto de la inteligencia artificial en los desarrollos tecnológicos que están sucediendo en Asia. “Hoy en día, estamos en la etapa de la IA conversacional, donde interactuar con sistemas como GPT es como charlar con alguien. Por ejemplo, cuando le preguntás a un asistente de navegación ‘¿Cómo llego al barrio Néstor Kirchner?’, sientes que estás teniendo una verdadera conversación”, explica. Esta capacidad de entender y responder en lenguaje humano es lo que le da a la inteligencia artificial su impacto significativo en nuestra vida diaria.
Sin embargo, Perea reconoce que actualmente la inteligencia artificial no puede razonar como los humanos. “No puede generar ideas nuevas o lógicas complejas basadas en información existente. Por ahora, trabaja con datos que ya hemos creado”, aclara. A medida que avanzamos, se pinta un panorama donde la próxima etapa implicará que la IA aprenda a razonar con lo que ya tiene para generar nuevos conocimientos. “La fase que sigue es la de agentes, donde la IA podrá realizar tareas complexas en nombre de las personas, como hacer reservas de viajes sin requerir nuestra intervención directa”.
En relación al impacto en el empleo, Perea señala que, al igual que las tecnologías que revolucionaron la Revolución Industrial, la inteligencia artificial está aquí para quedarse. “No debemos tener miedo, sino ser conscientes de lo que significa esto para cada uno de nosotros. La responsabilidad recae en nosotros como individuos y sociedad para adaptarnos y aprender a utilizar estas tecnologías de manera ética y responsable. Ser proactivos en nuestra educación sobre inteligencia artificial y sus implicaciones nos permitirá no solo beneficiarnos de sus avances, sino también asegurarnos de que se desarrollen de manera que prioricen el bienestar humano y la equidad. La clave está en encontrar un equilibrio entre la innovación y la ética mientras navegamos hacia un futuro en el que la inteligencia artificial desempeñe un papel cada vez más prominente en nuestras vidas.»
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