En su nuevo ensayo, la escritora, traductora, dramaturga y guionista recupera el texto feminista y emblemático de Virginia Woolf para pensar este mundo. La autoridad de la primera persona, el dinero, la comida, el trabajo, la nostalgia y la tradición son los temas que le interesa repensar y debatir. También aborda los vínculos con las nuevas tecnologías: «tenemos que tratar a las redes sociales y a Internet como si fueran cocaína, en el sentido que es adictiva y que hace mal».

Por Silvina Friera
El presente no sirve para hablar del presente. En una era tan sobresaturada de información instantánea y coyuntural, Tamara Tenenbaum descubrió que necesitaba algo que viniera de otra época para pensar este mundo, poblado de nostálgicos y resentidos. La revelación sucedió hace unos tres años, cuando le ofrecieron traducir Un cuarto propio, texto feminista y emblemático de la escritora británica Virginia Woolf. El diario de traducción, un cuaderno con notas y reflexiones que fueron surgiendo, le permitió vislumbrar que podía volver a escribir un ensayo. El trabajo que despliega en Un millón de cuartos propios resulta extraordinario; logra levantar bien alto la vara del debate con “una propuesta de contramundo plebeya y feminista basada en la importancia de la belleza y el trabajo como ejes identitarios y factores emancipadores, productores de igualdad y libertad”. La narradora, ensayista, traductora, dramaturga y guionista piensa “un humanismo viable con raíces en el siglo XX, pero que sepa volar en el siglo XXI; que sea posmoderno, pero también un poco moderno, contra las distopías poshumanistas que andan circulando como únicas alternativas posibles”.
El ensayo Un millón de cuartos propios, con el que ganó la primera edición del Premio Paidós 2025, es “un texto urgente escrito sin apuro”, siguiendo el paradigma de Woolf. En la introducción del libro, Tenenbaum “presenta” con un espíritu irreverente su relectura del texto de “Virginia” a secas, como la llamará a lo largo de las casi 250 páginas y durante la entrevista con Página/12. La autoridad de la primera persona, el dinero, la comida, el trabajo, el resentimiento, la nostalgia y la tradición son los temas que le interesa repensar y debatir. El subtítulo del libro “Ensayo para un tiempo ajeno” requiere una modesta aclaración para evitar confusiones autobiográficas. “Yo habito mi tiempo con bastante plenitud por mil razones: soy relativamente joven, estoy bastante tiempo en Internet; no diría que no sé las cosas que están pasando, ni que mi participación en el mundo es poca. No vivo recluida, ni nada parecido. Pero hay varias cosas que me hicieron pensar esta idea del tiempo ajeno”, advierte la autora de El fin del amor. Amar y coger en el siglo XXI, un libro de ensayos que publicó en 2019 y después se convirtió en serie, protagonizada por Lali Espósito.
Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) recuerda que hace unos años el feminismo estuvo en el “centro de la escena” y las polémicas que la interpelaban eran las discusiones que estaban “de moda”; una intersección muy rara: lo que se discute en el presente coincide con lo se está viviendo. “Hoy me pasa que los debates que me interesan se consideran anticuados, y de los debates que suceden algunos me parecen una idiotez. Las preguntas que me interesan son: ¿Cómo deberíamos vivir?, ¿Cómo hacemos para alimentar a todo el planeta?, ¿Cómo hacemos para no matarnos entre todos?”, revela la autora de las novelas Todas nuestras maldiciones se cumplieron y La última actriz.
Posicionarse contra el discurso neoconservador no le hace perder el eje de algunas cuestiones que pueden ser incómodas para la izquierda. “¿Hay que tener o no hay que tener hijos? Ninguna de las dos cosas; cada uno debería hacer lo que quiera. ¿Hay que reventar toda la industria nacional o pagar el triple por una heladera? Ninguna de las dos cosas; el lenguaje con el cual se articula estas preguntas es en términos amigos y enemigos. No hace falta ser una líder de la justicia social para que te importe que tu vecino no se muera de hambre. De pronto todo se da en unos términos que yo no sé ni qué contestar. En ese sentido, siento que las discusiones se volvieron muy ajenas”, admite la autora de las obras de teatro Una casa llena de agua, Las Moiras y El día más largo del mundo; del libro de cuentos Nadie vive tan cerca de nadie y el libro de poemas Reconocimiento de terreno.
Hablar de dinero
-Virginia Woolf afirmó que el dinero la ayudó más a emanciparse que el derecho al voto. ¿Pasamos del “cuarto propio” a este mundo de los traders que buscan ganar dinero fácil?
-Los traders reconocen que lo más importante es el dinero; hay algo que es verdad y que es interesante: lo que la gente necesita para vivir mejor en sociedad es el dinero. En épocas de hegemonía cultural un poco más progresista se suele negar eso: “no hablemos de dinero”. Y el “no hablemos de dinero” siempre viene de gente que ya lo tiene. No hablar de dinero en general implica dejar las cosas como están, y cierta hipocresía en ese sentido es parte de lo que provocó esta reacción. El feminismo por supuesto que desató esta reacción porque así funciona y es lo que dice Virginia cuando ella habla del resentimiento cruzado entre hombres y mujeres. Virginia se da cuenta de que los avances siempre producen una reacción y un resentimiento. Eso es parte del avance social, quizá no hay otra forma de que eso suceda. No existe un avance limpio. Después de cada marea feminista vino un avance de la reacción; con lo cual también esto pasará. Muy pronto va a volver a estar de moda ser progresista y va a ser muy importante no marearse con eso.
La democratización de la precariedad
-En el capítulo que dedicás al trabajo planteás que la novedad es la democratización de la precariedad. ¿Cómo se relaciona esta extensión de la precariedad con la valorización negativa que tiene tu generación sobre el trabajo?
-Cuando digo la democratización de la precariedad, me refiero a que antes el profesional (el abogado, el médico) era bastante excepcional y conocía mucho menos la precariedad. Hoy que haya más abogados y más gente que llegue a la universidad es bueno; pero lo que también genera es que no alcanza para comprar un bienestar social, no el nivel de bienestar social que se compraba antes. Muchos hijos de profesionales están viviendo la movilidad social descendente; por supuesto que van a tener garantizados algunos pisos de confort y nunca van a quedar en la calle. Pero a los 45 años vivir en la casa de tus padres no es algo que debería pasar en una economía sana. El trabajo efectivamente se vuelve algo mucho más precario, incluso para la gente que viene de familias en las que no era así. Antes el trabajo podía ser una herramienta de ascenso social, no para todo el mundo porque el trabajo es explotación desde siempre. Pero pienso que hablamos del trabajo como un lugar donde uno tiene una comunidad y la posibilidad de accionar colectivamente. Si no hay un ascenso social, necesariamente sí hay una dignidad, en el sentido más literal. No dignidad como un concepto simbólico que no produce nada, sino una dignidad material. Como un espacio social donde uno puede mejorar un poquito las condiciones de vida. Hoy no parece que el trabajo tenga esa posibilidad. La mejor manera de vivir hoy más dignamente es trabajar cada vez menos. Entonces eso es problemático y a la vez irreversible; por eso vamos a tener que pensar otros caminos para la dignidad. Todos los analistas que no son de ultraderecha lo dicen: se van a tener que generar ingresos básicos universales muy fuertes. Pero hay que ver cómo se divide la humanidad sin trabajo, no solamente en términos económicos, sino también en términos psicológicos y sociales. En un mundo donde ya no existe trabajar, ¿qué va a pasar con esa energía, con ese tiempo? Lo vemos con las personas que no trabajan; se deprimen, se angustian, se ponen mal. Nadie está bien todo el día encerrado en su casa con una computadora. De alguna manera va a tener que sobrevivir algo del concepto del trabajo, que tiene que ver con la idea de lo colectivo, la idea de la inserción en el mundo. En mi generación, que tiene muchísimas sensaciones negativas vinculadas al trabajo, cuando se habla de lo colectivo se piensa que se está hablando solo de militancia. La gente que nunca trabajó, por más que milite, no sabe lo que es lo colectivo porque la militancia justamente es una cosa muy noble. Muchas veces tiene que ver con juntarse con gente que se parece a vos. Pero lo colectivo tiene que ver con tener que pasar tiempo con gente que no se parece a vos y aguantártelo. Creo que el 99% de las personas aprendemos eso trabajando.
La nueva cocaína: las redes sociales
-Las derechas antiminorías ganan las elecciones en países donde las economías funcionan bien, no sólo donde hay crisis económicas. ¿De qué modo analizás el crecimiento y consolidación de La Libertad Avanza?
-Las fuerzas sociales son muy complejas. Los momentos de crisis y de recesión económica le suben el volumen a la conflictividad social con relatos del tipo, ¿quién te saca el trabajo?; es un inmigrante, un marrón, una mina que debería estar lavando los platos, y que se escucha cuanto mayor sea el desempleo, cuanto mayor sea el subempleo. Más que desempleo, hay gente que trabaja todo el día y con eso sigue siendo pobre. Las fuerzas del resentimiento social son más poderosas y más omnipresentes de lo que uno querría pensar. ¿Quién tiene la culpa de que las cosas no me salgan como quiero? Cada sujeto social va armando relatos para responder. El sujeto social varón blanco se siente desplazado y eso es objetivamente cierto. Si antes había un puesto de trabajo y solo podían acceder tres varones blancos, hoy pueden acceder además dos personas racializadas, dos chicas y dos chicas trans. Entonces efectivamente hay privilegio perdido y es lógico que haya resentimiento. No digo que esté bien, digo que es lógico. Yo no soy nostálgica, ni me interesa la romantización del pasado. Si uno no nació ni noble ni varón, no puede romantizar el pasado, a menos que no sepa nada y no se dedique ni dos minutos a leer. Dicho esto, hay algunas cosas muy negativas que vienen de nuestra relación con la tecnología. El resentimiento y la ira son potenciados por las redes sociales. Tenemos que tratar a las redes sociales y a Internet como si fueran cocaína, en el sentido que es adictiva y que hace mal. Cada vez más gente quiere pasar menos tiempo en Internet. Los grandes empresarios de Internet la tratan como si fuera cocaína: la venden, pero no se la dan a sus hijos. Los chicos de Silicon Valley juegan con juguetes de madera y no tienen acceso a Internet. Nosotros también lo sabemos, pero es muy difícil luchar contra una adicción cuando es una adicción socialmente aceptada.
La herramienta del amo no destruirá su casa
-¿Por qué el resentimiento, una emoción con potencial político, fue apropiado por la derecha, como lo hizo también con la palabra libertad?
-La izquierda que piensa en los derechos LGTB sigue trabajando con la idea de libertad, por supuesto. Quizás libertad no es la palabra que más se usa y quizás habría que usarla más. El resentimiento es una fuerza que se presta más para la derecha. Como la izquierda piensa en términos más sistémicos, “esto es culpa de un sistema”, el resentimiento no se presta tanto a ese nivel de abstracción. No creo que alguien vaya a alfabetizar en una villa o vaya a una marcha porque odia a los demás. Al contrario, uno va porque ama a la gente, porque uno quiere hacer algo bueno, y yo creo que eso todavía es más poderoso para construir política progresista. La pregunta es si con los mismos elementos con los que se construye política de derecha se puede construir política de izquierda. O sea que la herramienta del amo no destruirá su casa (de Audre Lorde) es bastante cierto. Lo cual puede parecer muy descorazonador en momentos en los que las herramientas del amo parecen las únicas disponibles. Lo que está haciendo Milei no lo podemos hacer nosotros pero al revés. El odio no es un motor para producir política de izquierda. Hay que volver a la idea de que la política progresista se hace porque uno quiere lo mejor para otra persona; no tenemos alternativa. En ese sentido pienso que el resentimiento no es insumo para el progresismo. No es tan fácil hacer política progresista con el odio.
“Un control de daños”
-Quienes logran ofrecer una relación emotiva con un futuro tienen chances de diferenciarse políticamente explicás hacia el final del libro, como sucedió cuando ganó Macri en 2015 o Milei en 2023. ¿Por qué la izquierda no logra ofrecer un futuro?
-No hay pregunta más interesante o más importante para responder hoy. Si tuviera la respuesta definitiva, ya se la daría a alguien que pueda ser candidato a algo. La caída del socialismo real dejó a la izquierda muy huérfana de relato de futuro. Para la izquierda es complicado pensar en la dignidad del trabajo teniendo en cuenta los trabajos que existen ahora; cómo hacemos para que el trabajador de rappi sea como el obrero en el siglo XIX, aunque ser obrero en el siglo XIX no era la panacea de nada; lo podemos romantizar hoy desde un escritorio donde no nos cortamos una mano. La derecha tiene a mano mucho más fácil ciertos relatos como “desregulemos todo; esto se puede hacer”, aunque quizá no se pueda hacer, pero el relato está a mano y es muy simple venderlo. Quizá el futuro que tenemos para ofrecer es un futuro sin grandes cambios en el sentido épico, un futuro moderado, de cambios graduales; cómo vamos a hacer para que la tecnología no nos lleve por delante, que no es negarla, no es romantizar, no es imaginar que el mundo sería mejor si nada de esto existiera, sino ver cómo transformar el Estado para que pueda proveer servicios de manera que se sienta justa y eficiente. El futuro que tenemos a mano es menos marquetinero que lo que puede vender la derecha, sobre todo la derecha nueva de la desregulación, que por supuesto no es completamente nueva, pero sí tiene elementos nuevos. Elon Musk y Donald Trump, como adalides de la novedad, tienen algo que es distinto; hacen una ética de lo tradicional, pero desde un lugar muy raro; hablan de ir al espacio cuando antes la derecha no hablaba del espacio. Me parece que es difícil pensar en ofrecer un futuro que emocione cuando lo que queremos vender es un control de daños, un tratar de hacer las cosas bien, con cuidado. El futuro de la derecha resulta más épico también; habla de cambiarlo todo, te invita a adueñarte de ese relato. Y es lógico que lo que más venda sea la destrucción total del sistema. Yo creo que estamos tratando de ofrecer otra cosa, lo cual nos pone en un lugar de discusión muy complicado, que es el de los conservadores. Pero en algún sentido es lógico estar en la posición conservadora porque no se puede romper todo lo que hay, aunque es un relato mucho menos atractivo para vender que el de romper todo y empezar de nuevo.
El privilegio de decir “no”
Tamara Tenenbaum, que enseña escritura en la Universidad Nacional de las Artes y colabora como periodista en elDiarioAR, Anfibia, Orsai y Vice, entre otros medios, está escribiendo dos guiones para dos películas. También está avanzando en la adaptación teatral de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, que contará con la dirección de Andrea Garrote. “Tengo una idea de novela que quiero escribir, pero de acá a que tenga tiempo de hacerla puede pasar un año, que igual está bien. No hay que sacar libros todo el tiempo”, dice la escritora.
-¿Hay una demanda sobre las escritoras y escritores para que publiquen rápidamente?
-Yo creo que sí. No estar en el candelero todo el tiempo es un lujo, un privilegio. Hay un libro que me encanta sobre eso, que aún no lo tradujeron, publicado por Sternberg Press, que se llama Tell them I said no (deciles que dije que no); es una compilación de textos sobre artistas visuales que en algún momento se retiran de la escena pública. Si un artista vivo se baja de la rueda, las obras que valían mil dólares pasan a cinco y un día ya nadie las quiere comprar. En todas las disciplinas hay que estar todo el tiempo produciendo cosas, algo que es muy malo para el arte y para todos.
FUENTE PAGINA 12