Creado colectivamente por Laura Piastrellini, Eduardo Fisicaro y Silvia Majul, el trabajo le hace justicia a uno de los grandes grupos del folklore argentino. Por esas paradojas del destino, el estreno de este homenaje audiovisual prácticamente coincide con la muerte, ayer a los 90 años, de Raúl Mercado, uno de los últimos integrantes de Los Andariegos que quedaba vivo.

La historia, para el documental, es elíptica. Empieza y termina por la misma cita, el Teatro Olympia de París, el 30 de abril de 2001. Allí dieron Los Andariegos uno de sus últimos conciertos. Lo primero que se les escucha esa noche en que Alberto Cortez oficia de anfitrión es “Los Ángeles Verdes”, bella pieza coral de Ariel Petrocelli y Ángel “Cacho” Ritrovato. Ladean la pieza palabras del periodista Santiago Giordano y de Lilian Cladera, hija del “Chacho” Santa Cruz, fundador del grupo allá por 1954. “Es necesario empezar a rastrear la huella de Los Andariegos”, anuncia él. “Eran seis maravillosos jóvenes”, sostiene ella, y así va empezando a rodar este compendio audiovisual formalmente llamado El Andariego, historia de un grupo vocal, que tendrá su estreno en Buenos Aires este viernes a las 20.15 en la sala 1 del Cine Gaumont (Avenida Rivadavia 1635) y seguirá su ruta mediante una gira que replicará su estreno en salas de Rosario, Mendoza (San Rafael y Capital), Córdoba y La Rioja. Por esas paradojas del destino, el estreno de este homenaje audiovisual prácticamente coincide con la muerte, ayer a los 90 años, de Raúl Mercado, el último de los integrantes del grupo que quedaba vivo.
Creado colectivamente por Laura Piastrellini, Eduardo Fisicaro y Silvia Majul, la película (que concluye con la elipsis predicha mediante la interpretación del instrumental “Dos Palomitas” en el citado concierto del Olympia) narra el devenir de la excelsa agrupación folklórica nacida en San Rafael como todo documental que se precie: ensamblando fotografías, registros fílmicos de época, recortes de diarios o revistas, relatos en off, alucinantes tomas de los paisajes que los andariegos andaban, y a los que le cantaban, y testimonios obtenidos por Giordano de los mismos protagonistas. Charlas amenas, regaditas de vino o mate, que se sustancian en las voces de “Cacho” Ritro, Alberto “Beto” Sará, Mercado y Agustín Gómez, los cuatro que vistieron con sonido y talento los mejores años de Los Andariegos. Los que van desde América andariega y Carita morena, discos publicados durante el bienio 1965-1966, hasta el maravilloso y jugado Madre Luz Latinoamérica, cuya luz apareció en plena oscuridad: 1976.
Palabras cruzadas y memoriosas reviven entonces fragmentos clave –no siempre auspiciosos- del devenir del grupo. El de Mercado, por caso, que recuerda con bastante dolor en el semblante lo mal recibidas que fueron “Canción para un niño en la calle”, perla de Tejada Gómez y Ritro, y “Torcaza, paloma torcaza” (Margarido-Ritro), cuando se estrenaron en los festivales de Cosquín y Jesús María, respectivamente. La memoria lo arrastra al aerofonista también a los momentos en que se integró al grupo en lugar de Santa Cruz, y a sus atrevidas mixturas entre Bach y las músicas ancestrales norteñas, que marcarían el pulso de la agrupación entre el último lustro de la década del sesenta, y el primero de la del setenta.
Sará y Ritro, en tanto, protagonizan un cálido encuentro en casa del segundo para hablar de los ensayos, de la sesuda orfebrería de los arreglos, de los atrevimientos estéticos del grupo que dieron lugar a un lenguaje musical osado y singular, de sus originalísimas sinergias sónicas. “Hay dos caminos bien definidos, el del aplauso fácil y el repertorio fácil, y el del repertorio pensado, el que elegimos nosotros”, se le escucha decir a don Ritro (fallecido en agosto de 2022) al momento que Sará (que partió a otro mundo dos meses antes que su compañero) recuerda los vínculos con Mercedes Sosa y las gentes del Movimiento del Nuevo Cancionero, y el compromiso político que les provocó ser perseguidos y amenazados por la dictadura, hasta terminar en el exilio, en 1979.
El testimonio de Gómez, quien siguió con el grupo tras el fin la dictadura, es el único que no procede de una entrevista a propósito sino de un archivo de peña en acto, en 1995 (fallecería en 2021). Y el plus lo aporta el riojano “Pancho” Cabral, que se plegó al grupo en 1975 para suplir coyunturalmente a Mercado, que se había ido de gira por Estados Unidos con el “Gato” Barbieri. Al ex Huanca Hua se lo ve interpretando “Doña Soledad”, perla de Alfredo Zitarrosa, en el Club Atenas de Córdoba aquel año. Y recordando la tensión política que vivía el país en ese momento.
Buena parte de los 63 minutos que dura el documental se direcciona también hacia el legado que estos pioneros del canto vocal con instrumentos provocaron en las nuevas generaciones. Dan cuenta de ello, entre palabras y músicas, María Soledad Contreras (La Contreras); Patricia Cangemi, cuya interpretación de “Trunca Norte” (Mercado- Alem) junto a Federico Chavero y Charly Pereyra Moreno, resulta preciosa; “La Bruja” Salguero; Juan Arabel; Rocío Araujo y Milena Salamanca (hacen juntas “Canción para un niño en la calle); y la murga “El semillero”… todas y todos dando cuenta de la profundidad con la que la inercia propia del grupo caló, cala y calará, seguramente, en nuevas generaciones de músicos que no esquiven riesgos, osadías, bellezas y amor por la creación.
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